El inicio de los bufos habaneros tiene lugar el 31 de mayo de 1868, en función ofrecida en el Teatro Villanueva.Sin embargo, desde mucho antes, los escenarios de La Habana habían dado cabida a obras realmente precursoras del genero. Entre los cómicos habaneros que anuncian el bufo debe mencionarse a Francisco Covarrubias (1775-1850), José Agustín Millán y Bartolomé José Crespo (1811-1871).
Esta forma teatral-musical, originaria de Italia, y desarrollada ampliamente en Francia, se caracteriza por su Hiena ligera y humorística, y se afirma en las mas autenticas expresiones de lo popular. En Cuba, tiene como legítimos antecedentes al sainete y la tonadilla escénica de origen hispánico. A partir de 1868, teatros como el Cervantes, se dedicaban exclusivamente al genero bufo, que, por su condición de espejo de sentimientos nacionales, se convirtió en vocero de las ansias de independencia del pueblo cubano. Las autoridades españolas cerraron durante un tiempo el Cervantes, y reprimieron las manifestaciones emanadas del teatro bufo. El 22 de enero de 1869, durante una representación de la pieza bufa Perro huevero aunque le quemen el hocico, de Juan Francisco Valerio, los voluntarios asaltaron el teatro Villanueva, y dispararon contra el publico, en su mayoría cubano, que manifestaba sus sentimientos anticoloniales al influjo de las referencias patrióticas contenidas en la obra, y hubo numerosos muertos y heridos. En 1880 logran enorme popularidad en La Habana «los bufos de Sala». Años antes, dos compositores, Francisco Valdés Ramírez y Enrique Guerrero, habían dedicado esfuerzos musicales al genero. En 1882 una compañía de bufos habaneros actuó en México. Casi todos los argumentos del bufo se basan en tres personajes: el negro, el gallego y la mulata; y a través de ellos se satiriza el ambiente burgués de la Cuba prerrevolucionaria, afirmándose los genuinos valores de las clases populares, aunque generalmente posan de ciertos giros vulgares y populacheros que le restan eficacia. Como señala Natividad González Freire, estas obras «estaban divididas en cuadros separados entre sí por números musicales y un cuadro final compuesto por unaCharanga estruendosa por toda la compañía» (Teatro cubano, 1961, p.157, 158.) A lo largo del siglo XX diversos teatros dieron cabida a las compañías bufas, entre ellos el Moulin Rouge, donde sobresalía un Arquímedes Pous, el Marti y, sobre todo, Alhambra. Entre sus libretistas destacados, debe citarse a Federico Villoch (1866-1927), Gustavo Robreño (1873-1957), Mario Sorondo y Carlos Robreño (1903-1972), y entre los compositores a Jorge Anckermann (1877-1941), Manuel Mauri (1857-1939) y José Mauri (1855-1937). Entre las muchas obras que alcanzaron popularidad figuran La casita criolla, de Villoch y Anckermann, y El velorio de Pachencho, de los hermanos Robreño y Mauri, que han merecido reposiciones recientes. En el tablado del Alhambra brillaron las actuaciones de Amalia Sorg, Luz Gil, Blanca Becerra, Regino Lopez y Adolfo Colombo, entre otros; mientras que en Teatro Marti descollaban tiples comicas del calibre de Alicia Rico y de Candita Quintana, junto a actores como Alberto Garrido y Federico Pinero. «El papel desempeñado por los bufos en la evolución de la música popular cubana fue considerable. Gracias a ellos, todos los tipos de canciones y bailes urbanos y campesinos fueron sacados a la luz, difundidos y mezclados. Las exigencias de la escena diversificaron géneros nacidos de un mismo tronco. Lo negro cobro definitiva vigencia. Alhambra fue, durante treinta y cinco años, un verdadero conservatorio de ritmos nacionales.» ( Alejo Carpentier. La música en Cuba, 1946, p.196. |