En nombre de San Lázaro, que los buenos espíritus me ayuden y que vengan en mi auxilio, cuando yo padezca algún mal o este en algún peligro que me los detengas, y que a mi no lleguen, y haced, SAN LÁZARO, que tu espíritu sea mi fe y que sirva de una prueba de vuestra protección para mi y todo el que a mi lado retuviere, y que en ti, patrón, encuentre la fuerza que necesita mi materia para poder llevar estas pruebas de este planeta en que habitamos y de este camino que hay que pasar, mandado por Dios, nuestro Padre, pues en ti pongo a mi fe para que me salves de estos grandes atrasos y mis muchas penas que mi materia tiene, mandados por Dios, nuestro Padre, pues en ti pongo mi fe para que me salves de este y me des consuelo a mis grandes males y que por tu valor tenga otro porvenir mejor a este que tengo, y que en nombre de SAN LÁZARO los espíritus malos se alejen de mí con esta protección:
SAN LÁZARO CONMIGO, YO CON ÉL; EL DELANTE, YO TRAS ÉL
Para que todos mis males los haga desaparecer, la gloria para todos.
Amen.
SOBRE SAN LÁZARO
DÍA: 17 DE DICIEMBRE
San Lázaro es el protagonista de un milagro clamoroso del Evangelio, la resurrección del hospitalario Lázaro de Betania, hermano de Marta y María; cuando hace varios días que está sepultado y, como dicen a Jesús, «ya hiede», le llama el Maestro, ¡Lázaro, sal fuera!, y el cadáver recobra vida y aparece ante el pasmo de todos devuelto a la luz.
En torno a la figura de Lázaro la leyenda cristiana inventará mil historias poéticas y confusas; se le confunde con el mendigo homónimo de la parábola del rico Epulón y su nombre ampara los lazaretos o asilos para leprosos, se le hace viajar al sur de Francia, junto con las tres Marías, y allí evangeliza las bocas del Ródano con dignidad de obispo (así se le menciona sorprendentemente en el santoral: Lázaro, obispo) hasta morir mártir.
Todo eso es fantasía que adorna el hecho estupendo de una resurrección que ha hecho soñar a tantos: ¿cómo podía vivir de nuevo entre nosotros después de haber estado en el mundo de ultratumba? ¿Con qué desengañados ojos que han visto el más allá podía contemplar Lázaro el cotidiano trajín de su casa familiar de Betania?
Pero en el fondo san Lázaro, obispo o no, nos impresiona más que por haber provocado el gran milagro por una circunstancia especialísima que se menciona antes del hecho: Jesús le amaba, le amaba mucho, y lloró desconsoladamente ante su tumba. Jesús llorando ante todos por un amigo al que amaba.
¿Cómo debía de ser Lázaro para que Él llorase su muerte, para que le amase tanto? Sin duda era un hombre de bondad extraordinaria, un corazón hondo y generoso que despertó ese amor cuyos ecos resuenan en el Evangelio como para recordarnos la fibra humana y conmovida del Hijo de Dios que primero llora por la muerte de su amigo y luego, con unas breves e imperiosas palabras repite, ahora desde la muerte, el milagro de la creación, haciendo vivir.
Tomado de:
http://www.sagradafamilia.devigo.net/santoral/Diciembre/17dediciembre.htm