Victoria del Moncada fue la Historia me Absolverá
Pequeñas nacen las grandes cosas, su poder está en su crecimiento
Rabindranath Tagore
MARTA ROJAS
9-0871
Cas
El código que antecede es el código bibliográfico —adaptación cubana de la clasificación del manual Dewey— con el cual se identifica La Historia me Absolverá en las bibliotecas. La obra contiene la autodefensa del doctor Fidel Castro Ruz ante un tribunal instalado en un insólito escenario el 16 de octubre de 1953 cuando ya, durante el interrogatorio en la Audiencia de Oriente el 21 de septiembre, el joven letrado había proclamado a José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba, autor intelectual del asalto al Moncada. Ese pronunciamiento fue ratificado por él durante su alegato de defensa del Moncada, pronunciado en la pequeña sala de estar de la Escuela de Enfermeras del antiguo Hospital Saturnino Lora en Santiago de Cuba.
FOTO DE FIDEL ESCOGIDA POR ÉL PARA INCLUIR EN EL FOLLETO.
La Historia me Absolverá tiene hoy en Cuba tanta vigencia que no es tardío hacer un repaso de su lectura y conocer cómo fue posible que este libro existiera. Sin duda alguna se trata de la gran victoria estratégica del asalto al Moncada el 26 de julio de 1953. Motor de combustión movilizador de las masas a las cuales se les quería mantener en la ignorancia, con una prensa censurada y el efecto nocivo del olvido.
Ahora se cumplen 55 años de la publicación clandestina del discurso que entró en la historia de Cuba, de América y de la jurisprudencia mundial, esto último avalado, entre otras cosas, por el merecimiento de doctorados Honroris Causa otorgados a su autor, el abogado Fidel Castro Ruz.
LA PUBLICACIÓN (1954)
Un sencillo hombre, cajista de imprenta —oficio casi extinguido—comparó entonces La Historia me Absolverá, por su calidad discursiva, fuerza y posibilidades, con una «Pequeña Gigante», nombre de cierta máquina de apariencia modesta pero altamente apreciada por los obreros del giro.
PORTADA DE LA PRIMERA EDICIÓN CLANDESTINA DE LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ (1954).
El Patato fue quien montó las páginas del folleto, en sus funciones de cajista, y trabajó en el molde de la portada, porque los cajistas de obra estaban acostumbrados a formatear, igual que en los periódicos de impresión directa.
Me contó un día: «La portada, en papel cromo blanco, fue lo último que compuse. Cuando fui a hacerla pensé un ratico: La Historia me Absolverá y dije, está un poco pobre y subrayé el título que era de dos líneas, de 24 puntos. Luego hice el resto del texto con la otra puntuación. Este decía: Discurso pronunciado por el Dr. Fidel Castro —Fidel Castro en letra mayor—, ante el tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba el día 16 de octubre de 1953.
Todas las palabras las paré en altas. Cinco líneas, las cinco subrayadas. Pero tenía un espacio muy grande en el centro, en blanco, y me dije: ¿Qué hago Tomás? Tuve la idea de colocar un escudo de la República pero pensé, «es muy violento eso». Entonces coloqué una bolita en el medio, una bolita roja. Sentía que la tripa fuera de un papel semibond ordinario, que podía confundirse con papel gaceta. Yo adornando la portada con tipografía mientras esperaba por mí la Pequeña Gigante».
Y si gigante era el contenido del alegato no menos grande fue su proceso de edición y distribución.
La publicación clandestina del alegato fue una victoria táctica y estratégica de Fidel tras el asalto al Moncada. También una respuesta valiente y consecuente de sus seguidores la recepción de los manuscritos, y el cumplimiento de la misión de imprimir su alegato en medio de la represión policíaca. Esa sería, sin duda, la segunda victoria estratégica del Moncada. La primera había sido el juicio mismo donde el joven letrado y dirigente de la acción revolucionaria del 26 de julio de 1953, revertió el revés del asalto la segunda fortaleza militar del país, al convertirse de acusado en acusador.
PEQUEÑA IMPRENTA “CHINCHAL” DONDE FUE IMPRESO EL FOLLETO. EN LA FOTO EL PATATO AL FONDO Y JIMÉNEZ EL DUEÑO DE LA IMPRENTA..
El enorme privilegio de haber vivido el tiempo de fundación me inspira a hacer esta evaluación tan categórica, por la vigencia y trascendencia de esa «pequeña gigante» que hoy forma parte de las obras literarias universales en las Ciencias Sociales, la jurisprudencia, y los programas de acción revolucionaria en América. La famosa pieza oratoria pudo ser distribuida clandestinamente en Cuba a partir de 1954.
LA TAREA CONTADA POR HAYDÉE
«Para nosotros era muy duro salir en libertad, salir a la calle una vez cumplida la condena en la cárcel de mujeres de Guanajay. —me diría Haydée. Era muy duro para Melba y para mí, pero llegó el momento, y tuvimos que salir. Los primeros días fueron violentos porque no teníamos comunicación con Fidel, ni con ninguno de los compañeros de los que habían logrado ir hacia el extranjero —Guatemala y México—, ni tampoco con algunos, muy pocos, que pudieron permanecer en Cuba. Sabíamos —Melba y yo— que éramos seguidas y no queríamos que nuestros compañeros se arriesgaran.
«Pero tú sabes que tuvimos comunicación con Fidel y él nos dio una tarea; nos mandó a decir en aquella primera carta que trajo Mirta, de todo lo que éramos capaces y podíamos hacer Melba y yo, denunciar los crímenes era prioritario. Como primera tarea, teníamos que imprimir su discurso. Empezamos a recibirlo, desde Isla de Pinos, escrito de su puño y letra. Ir viendo aparecer las letras pequeñas para que cupiera bastante en una hoja, esa letra inconfundible de Fidel, era como una gran fiesta para nosotras dos, para Melba y para mí.
HAYDÉE Y MELBA EN LOS DÍAS EN QUE CUMPLÍAN LA TAREA ENCOMENDADA A ELLAS POR FIDEL PARA QUE SE EDITARA LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ.
«Tuvimos que buscar un impresor, no fue nada fácil —resultó ser Emilio Jiménez, en su pequeña imprenta se imprimía de todo, incluso pasquines políticos— el profesor José Valmaña Mujica, cliente de Jiménez, pues allí se hacían impresos de su Academia privada, nos ayudó mucho. Había que buscar dinero entre los amigos y después —lo fundamental—, ver cómo repartíamos el folleto, que sería La Historia me Absolverá. Sacar los manuscritos de la prisión ya era una proeza. Algunas veces nos llegaba una de las últimas páginas, sin tener las anteriores sobre el asunto tratado. Nos emocionábamos mucho leyendo aquellos fragmentos y nos acordábamos de cuanto tú nos contaste, por primera vez algo del alegato; recuerdo que fue el Día de los Reyes Magos de 1954, el 6 de enero, en la cárcel de Guanajay.
«Planchar aquellas hojas escritas con jugo de limón, pasarlas a máquina, Manuel, el padre de Melba mecanografió mucho —algunas las planchó Lidia, la hermana de Fidel, aunque todas no venían así—, recoger el dinero, hacer esas tareas era una enorme felicidad; ya no tenía ante mi vista la penumbra de una escalera oscura, ahora veía de nuevo la luz…»
Fidel les expresaba a Haydée y a Melba la importancia decisiva que tenía para la causa el discurso ante el Tribunal porque ahí estaba contenido el programa y la ideología sin la cual no era posible pensar en nada más grande.
Era para Fidel el documento básico sobre el cual llevar adelante la lucha, de modo que las exhortaba a prestarle el mayor interés porque había que fundirse en el pueblo, al cual se habría convocado a la lucha en Santiago de Cuba el 26 de julio si se hubiera logrado el plan de ocupación por sorpresa del Moncada. Él no quería que se viera a los moncadistas como a «un grupo» más; los que así pensaban se equivocaban miserablemente, les decía en la correspondencia.
UN ARDID IMPRESCINDIBLE
La primera edición impresa en la pequeña imprenta de la calle Benjumeda, llevaría una breve introducción a modo de enmascaramiento. En esta se escribió que «la edición fue obra de un grupo de intelectuales cubanos, unidos por comunes simpa-tías», y que el texto recogía la «versión taquigráfica completa que generosamente nos facilitó uno de los periodistas que asistió a aquella memorable sesión» del juicio:
ÁNGEL PLÁ, EL NEVERO, UNO DE LOS JÓVENES DE LA GENERACIÓN DEL CENTENARIO QUE TRABAJÓ INTENSAMENTE EN LA EDICIÓN Y DISTRIBUCIÓN.
Nada de esto —en absoluto— era cierto pero solo así quedaba a salvo el procedimiento cauteloso, incluyendo la aceptación de que un impresor la editara. De otra manera no hubieran podido lograr el éxito necesario.
Melba llama la atención del riesgo enorme de la impresión, pero «pudimos crear las condiciones y se publicó el folleto, incluso en otra imprenta de un compañero de apellido Gener, en San Juan y Martínez. Fidel nos había pedido que hiciéramos imprimir cien mil ejemplares ¡100 000!, para su pronta distribución, pero era imposible, no creo que en esa época se publicaran tantos ejemplares de una obra, pero teníamos que hacer el máximo.
Las indicaciones de Fidel a Haydée y Melba fueron estas: «Si queremos que los hombres nos sigan hay que enseñarles un camino y una meta digna de cualquier sacrificio. Lo que fue sedimentado con sangre debe ser edificado con ideas».
TESTIMOMIO DE UN IMPRESOR
Una vez impresa la obra allanan la imprenta y es excepcional el testimonio de Tomás Balart, el hijastro del impresor Jiménez:
«Por aquel entonces aunque yo tenía 15 años y sabía operar la máquina de impresión, hacía moldes o formatos, buscaba los materiales, entregaba pedidos y cobraba cuentas en el chinchal de Desagüe 655 donde se imprimió y encuadernó la primera edición de La Historia me Absolverá, tarea en la cual trabajó toda la familia, incluyo a mi madre y a mis hermanas, además del operario Tomás Sotolongo, pues mi padrastro tenía algunos empleados pero eventuales y no todos trabajaron en el folleto. Cuando tuvimos todo el texto parado en linotipo, en el taller del señor Sardiña, en La Habana Vieja, cerca de la Moderna Poesía, completamos las formas de imprenta directa y el trabajo ya no paró ni un minuto.
ROBERT PANEQUE, EL BARBERO DE BAYAMO QUE DISTRIBUYÓ FOLLETOS EN LAS MONTAÑAS DE LA SIERRA.
«Un día llegó a la imprenta un teniente de la Policía perteneciente a la Novena Estación para encargar un impreso. Quería que le hiciéramos una estampa de San Juan, creo que se llamaba San Juan a caballo, y yo que estaba «tirando» la «tripa» (término de las imprentas de entonces) de La Historia me Absolverá, paré la máquina y formé un lío diciendo que estaba rota otra vez. Moví las cosas haciéndome el molesto o equivocado en el trabajo y el policía le preguntó a Jiménez qué pasaba con esa máquina y Jiménez le contestó que no era la máquina la del problema, sino el muchacho «que lo tengo aprendiendo en ella».
«El policía salió y al poco rato volvió a entrar con lo de la estampa de San Juan a caballo y yo volví a hacer lo mismo, «a equivocarme», y entonces me fui a la esquina a tomarme un refresco, aparentando que Jiménez me regañaría. Cuando vi que el policía ya se iba definitivamente, regresé a la imprenta y continué normalmente mi trabajo en el discurso. Al ocurrir eso ya estábamos muy adelantados en la impresión del folleto. La cosa siguió normal, y el empalme de los cuadernillos se hizo en la barbacoa, donde en realidad nos metimos todos, incluyendo mis hermanas Celia Dolores y Sonia Eugenia, para realizar el empalme bien rápido, junto a jóvenes que mandaron Melba y Haydée.
Cuando el folleto se terminó de encuadernar mi padrastro estaba ya bastante preocupado y quería que saliera pronto de la imprenta ese pedido y así fue. Lo sacaron rápidamente. Empezaron a llegar las cajas vacías de la fábrica H.Upman que se compraron o consiguieron por allí. Lo sacaban Ángel Plá y otros jóvenes que seguramente que habían mandado Haydée y Melba, para trabajar en eso con nosotros, aunque yo no las conocía entonces por sus nombres. Se empaquetaron los folletos y el pedido salió completo de la imprenta. Sin que nos sorprendiera la policía con ellos en el taller.
«El domingo, llegó la policía pero no a la imprenta sino a la casa donde no-sotros vivíamos en la calle Almendares. Yo no estaba en la casa, me encontraba en el café jugando al cubilete y mi mamá me mandó a buscar. Me dijo mi mamá que en el momento en que llegó la policía a la casa, mi padrastro Emilio Jiménez, estaba conversando con un señor alemán que era filatelista como él. Andaban con una caja de sellos de correo para determinar su valor. Al alemán también se lo llevaron preso.
En nuestra casa había dos folletos de La Historia me Absolverá, uno en el cuarto de mi mamá y el otro en el de mi cuñado Abraham Jiménez, hermano de Emilio y casado con una hermana mía. El cuarto de mi mamá estaba frente al baño y ella con una sangre fría tremenda, pero tremenda, fue a su cuarto cogió el folleto, se metió en el baño, lo rompió y lo echó por la taza del inodoro. De ahí entró al cuarto de Abraham que tenía una ventana que daba a un solar yermo y rompió el de él y lo tiró al solar.
Entonces me hizo señas. Yo sabía que en la imprenta quedaba otro. Lo habíamos dejado entre una doble pared de la división de madera. Yo soy bajito, delgado y con 15 años era un muchacho, la policía no reparó en mí, entré en la imprenta, saqué el folleto del escondrijo y lo metí dentro de mi camisa, pegado al cuerpo, pero cuando salía montado en una bicicleta para perderme ya venían por la calle los policías con mi padrastro y el alemán y me dieron el alto. Me pusieron el revólver en el pecho y al cacharme encontraron el folleto. Dijeron cosas groseras. Entraron a la imprenta, la allanaron, registraron y no encontraron absolutamente nada; ya estaban salvados los 10 000 que pudimos imprimir.
OTRO TESTIMONIO DE HAYDÉE
Después había que distribuir La Historia me Absolverá como nos indicaba Fidel, y él quería la mayor cantidad en Oriente. Los hermanos Ameijeiras —Gustavo y Ángel (Machaco)—, al ver que Melba y yo no podíamos hacer llegar el folleto a ninguna parte, porque no podíamos hacerlo sin un centavo, nos dijeron: «Si ustedes son capaces de alquilar un carro por una semana y darnos cinco pesos, se los hacemos llegar a Santiago».
Lidia Castro Argote, la hermana mayor de Fidel, nos ayudó en lo que pudo. Alquilamos el carro y les dimos cinco pesos, con esos cinco pesos llegaron. ¿Cómo fue aquello? Pues en cada pueblo que entraban ellos le hacían un cuento a un amigo para que les dieran un peso o dos pesos. Decían que se habían quedado sin gasolina, o se habían quedado sin dinero para comer; con ese peso o dos pesos le echaban gasolina al carro y así llegaron a Santiago —1 000 kilómetros, casi, de carretera—, tomando buchitos de café para no gastar ni un centavo. Así hicieron llegar La Historia me Absolverá a Santiago de Cuba y con otras ayudas a la provincia de Oriente, en general.
La distribución de La Historia me Absolverá, no obstante los numerosos contratiempos, para que llegara a sus destinos, fue el gran motor impulsor del movimiento Pro Amnistía de los jóvenes moncadistas, el cual tendría éxito. Eso a corto plazo. En la distancia, es una obra que se agiganta a medida que la Revolución se consolida.